Mil
quinientos millones de niños y jóvenes
fueron enviados a sus casas en los 137 países que han decretado
cuarentenas durante los últimos dos meses. Sin duda, ha sido la mejor de las decisiones
por el favorable impacto que esta medida puede tener para detener la expansión del
extraño virus. Sin embargo, la educación es un derecho y, en consecuencia, en
sentido estricto, no puede parar. Si los Ministerios de Educación no asumieran
su responsabilidad, estarían violando el sagrado derecho que tienen los niños y
niñas de recibirla.
En Colombia
la medida se adoptó desde el pasado 16 de marzo y cubrió a 9,8 millones de
estudiantes. El problema grave es que todavía no hay un plan general para
brindar educación de calidad a la gran mayoría de ellos. Es cierto que casi
nadie estaba preparado para este cambio abrupto, pero ya llegó el momento de
pensar en serio en el tipo de educación que recibirán durante su permanencia en
casa. Es posible que, en el caso de los escolares, este tiempo se extienda,
pues la distribución del virus sería inmanejable con millones de niños
circulando todos los días libremente por las calles o transportándose en buses.
Un buen
grupo de universidades y algunos colegios privados, se adaptaron rápidamente y
dieron efectiva respuesta a las nuevas demandas. Formaron a sus docentes,
ampliaron sus contratos con plataformas digitales, y como tenían muy buenas
condiciones previas y altos niveles de conectividad, pudieron brindar educación
virtual. Lo que era una excepción, se volvió la regla, y en un tiempo breve,
los profesores lograron continuar sus procesos educativos mediante plataformas
para el trabajo sincrónico y disincrónico. Aun así, no es posible seguir esta
ruta en la educación pública, dado que tan solo el 4% de los municipios tiene
buena conectividad, el 63% de los bachilleres del 2018 no tenía acceso a
Internet desde sus hogares y, en las zonas rurales, tan solo el 9% de los
jóvenes disponen de computador. La pandemia volvió a mostrar las inmensas
inequidades de nuestro país. En este caso, en acceso a la virtualidad y
conectividad. Lo que debería ser un derecho, en Colombia, sigue siendo un
privilegio.
El MEN ha
debido convocar a las asociaciones de directivos docentes, profesores, padres
de familia y estudiantes, para conformar comités que ayudaran a diseñar una
política a mediano plazo. No lo hizo. Intentó desesperadamente encontrar
respuestas en sus funcionarios. Por eso envió a sus maestros a trabajar en lo
que se llaman “semanas institucionales” y, luego, decretó vacaciones para
maestros y estudiantes. El 19 de abril culminan y no hay un plan estratégico
por fases para garantizar formación escalonada, selección de contenidos
pertinentes para todas las áreas y grados, distribución de materiales o
conectividad por etapas.
En
educación, tenemos los ojos vendados desde hace mucho tiempo, porque no
garantizamos pertinencia, contextualización, equidad, ni calidad. Es por ello
que, aunque no puede parar, la educación tampoco puede seguir haciendo lo que
siempre ha hecho: trabajos mecánicos, rutinarios y repetitivos, que no enseñan
a leer, pensar y convivir a nuestras próximas generaciones. Llegó el momento de
replantear el sistema y de incorporar un verdadero plan de renovación para
garantizar un mínimo de calidad en la educación pública para los próximos
meses.
En primer
lugar, en Colombia hay que retomar la televisión y la radio. Esa es la única
posibilidad en el corto y mediano plazo. De manera organizada y sistemática,
hay que trasladar las aulas de todos los grados y áreas a la televisión. Esto
exige la conformación de un comité pedagógico muy diverso, plural y amplio, de
manera que se garantice una adecuada selección de contenidos pedagógicos. La
pertinencia y la contextualización han estado ausentes en la educación
colombiana de tiempo atrás, mucho más en tiempos de incertidumbre en los que se
han tomado la mayoría de las decisiones sin la reflexión y participación
necesaria. En estos momentos, la voz de los rectores y los maestros es muy
importante para no tomar una decisión de esta trascendencia recurriendo
exclusivamente a los criterios de los funcionarios del MEN o a la
disponibilidad técnica de las programadoras. Solo las madres irresponsables
“conectan” a sus hijos al televisor para poder ellas hacer otras cosas. De eso,
no se trata la educación. Hay que elaborar un plan articulado nacional y
regionalmente en televisión y en radio, para evitar la duplicación de esfuerzos
y garantizar mínimos en la calidad, pero hay que aprovechar la coyuntura para
impulsar las competencias que hoy no se forman en los niños: creatividad,
pensamiento, convivencia, autonomía y lectura crítica.
Hoy en día,
más de 5 millones de niños reciben alimento diario en sus instituciones
educativas. Salvo casos muy excepcionales, no tiene sentido obligar a desplazar
a familiares a las instituciones educativas para recoger el alimento cada
semana, como ha dispuesto el MEN. La opción más viable, es entregar a las
familias bonos mensuales canjeables en supermercados de cadena. Con muy buena
planeación y acudiendo a la responsabilidad social, evitamos la propagación del
virus. Además, se equivoca el MEN al pretender que sean los maestros quienes
los entreguen. Un bono canjeable elimina la innecesaria movilidad semanal de
los familiares y los docentes, en mayor medida, mientras dura la fase exponencial
en el crecimiento de los contagios, que está previsto hasta mediados de mayo,
aunque podría prolongarse si la cuarentena se levanta antes de tiempo y se
decreta lo que eufemísticamente han llamado “aislamiento inteligente”.
Una tercera
responsabilidad del Estado tiene que ver con la formación de los docentes para
el manejo de la virtualidad. En Colombia el 78% de las personas tienen celular.
Los docentes tendrían que formarse en la virtualidad mediante la utilización de
estos dispositivos. Hay que entender que más que un problema técnico, es un
problema de tipo pedagógico, que ayudaría al país a repensar los propósitos y
contenidos esenciales que deberían primar en la educación básica: desarrollar
el pensamiento, la creatividad, la autonomía, la solidaridad y la lectura. La
formación en la virtualidad debería ser aprovechada para seguir cualificando la
formación de los profesores e impulsar la necesaria transformación pedagógica
que les debemos de tiempo atrás a las nuevas generaciones. Los docentes tienen
la responsabilidad de cualificar su formación pedagógica y digital, el MEN la
responsabilidad de brindar las condiciones para que sea posible y entre todos,
tenemos que garantizar la calidad de la educación de la cual hemos carecido.
Los estudiantes
universitarios han levantado la consigna de bloquear las universidades
públicas, dado que muchos de ellos no tienen acceso a Internet. Se equivocan:
ellos no pueden pedir que se viole el derecho a la educación. La consigna tiene
que ser otra y ya ha sido adoptada en países como China, Estados Unidos, Italia
o Bolivia: hay que garantizar conectividad gratuita desde el celular para todos
los estudiantes universitarios que no cuenten con esta posibilidad. Así mismo,
hay que divulgar que las diversas plataformas digitales permiten la conexión
también mediante el uso del teléfono fijo.
Por tanto, vía celular o telefonía fija, todo estudiante universitario
debe continuar sus estudios de manera virtual. Mediante alianzas con el sector
privado, el Estado debe garantizar cuanto antes la conectividad. Es su
obligación constitucional y ética. La consigna que deberían levantar los
estudiantes universitarios en estos momentos es la de la conectividad gratuita
para garantizar que se cumpla el derecho a la educación.
Los padres y
madres tienen que entender que sus descendientes permanecerán en sus casas un
tiempo prolongado y que, mientras dure este aislamiento, sus hijos no podrán
contar con el apoyo y el consejo de sus maestros y tampoco podrán compartir
juegos, deportes o actividades con ninguno de sus compañeros. En este contexto,
ellos tienen la obligación de acompañar sus procesos emocionales y de
orientarlos en las nuevas tareas que exige la convivencia prolongada, como
serían las de arreglar los cuartos, ayudar en los oficios y el aseo general de
las casas. La educación siempre debe responder a las necesidades del contexto y
hoy, éstas, son algunas de ellas. El problema grave es que en Colombia la mitad
de los padres golpea con un palo o un cinturón a sus hijos. Esta situación se
podría agravar en una época de cuarentena y confinamiento en casa como el que
todos estamos viviendo. En este extraño periodo en el que están prohibidos los
abrazos, necesitamos desterrar el maltrato y aprovechar la oportunidad para que
los padres dialoguen y compartan más con sus hijos. Puede ser una gran
oportunidad que les de la vida y ojalá la aprovechen para proveerles seguridad,
jugar con ellos y señalarles en qué han avanzado. Los profesores tenemos que
hacerlo todos los días del año con grupos de 35 o 40 estudiantes. Ahora los
padres lo deberían hacer con 2 o 3 niños, quienes, precisamente son sus hijos.
La
responsabilidad de los maestros es cualificarse pedagógicamente y formarse en
las nuevas competencias digitales que nos ayudarán a repensar la educación.
Deberán orientar a los padres de sus estudiantes en las nuevas competencias que
temporalmente asumirán, evaluar los procesos formativos y llevar a cabo el
seguimiento del desarrollo académico y socioafectivo, de cada uno de sus
alumnos. En épocas de incertidumbre, miedos y encierro, la prioridad es la
salud mental de todos, empezando por la de los niños.
Ninguno
puede ser indiferente a la profunda tragedia que estamos viviendo como sociedad
al tener que luchar contra un enemigo microscópico que, ante el más mínimo
descuido, nos infecta. Todos somos responsables para que esta crisis no se
prolongue en el tiempo y para que no volvamos a la normalidad que estábamos
viviendo antes, porque ahí está el engendro que hoy ha explotado: en el consumo
frenético, en la destrucción de la selva, el descongelamiento de los glaciares
y las crecientes inequidades sociales y económicas con las que hemos convivido.
El problema más grave es que este cambio cultural no será posible sin contar
con el liderazgo de los diversos educadores. La educación no puede parar a
pesar de la pandemia, pero tampoco podrá volver a ser la misma. No parará,
porque como sociedad, no podemos dejar que niños y jóvenes se queden sin su
derecho a estudiar y no volverá a ser la misma, porque las crisis, bien
manejadas, son excelentes oportunidades para impulsar el desarrollo.
PD:
Agradezco inmensamente a la Revista Semana la gran oportunidad que me brindó al
abrirme sus espacios durante los últimos años para ayudar a ampliar la
reflexión pedagógica en el país. Sin embargo, no comparto el enfoque editorial
que ha venido tomando la Revista y, en consecuencia, he decidido renunciar a
partir de la fecha a su gentil ofrecimiento ¡Mil gracias a todos!
* Director
del Instituto Alberto Merani y consultor en educación (@juliandezubiria)
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